MIEDO
Cómo pudo permanecer sumergida en una desgracia
tan delicada, tanto tiempo, con tanto dolor y tanta sinrazón acumulada… ni ella
misma alcanzaba entenderlo. Su coraje no sabía expresar, ni aún rebuscando en
su cordura algún medio para inventarlo, porque de antemano, el fuego de la
incredulidad devoraba sus palabras.
El
primer peldaño nunca se atrevió a subirlo, estaba atenazada por el miedo. Era
como si marchara en todo momento en sentido opuesto a la dirección que marcaba
el resto del mundo. ¿Quién iba a creer semejante locura?... el último rendirse,
aunque sin dar oportunidades a la defensa que siempre la mantuvo en guardia y
alerta, aunque con la incertidumbre y el terror pisándole los talones.
Le
sobrevino una fuerte depresión psíquica. Aprendió a convivir con
ella, llevándola en la proa del barco, pero lo más oculta que se puede
transportar una “carga” que por nada deseas que la descubran. El
vocabulario quedaría desierto si tuviese que explicar el contenido exacto de
los hechos, desierto en términos lógicos dentro de una familia aparentemente
normal.
Se
acogió a lo poco que disponía. Sus solitarias salidas junto a su cámara
fotográfica fueron eternas compañeras. De hecho, trabajaba en este sector, por
lo que estaba algo más estimulada. Recorría puntos importantes y concurridos de
la ciudad, donde la población albergada fuera lo más abundante y homogénea.
Siempre le acompañaba un cierto temor, recelo permanente que recorría su cuerpo
de pies a cabeza… Pese a todo, se creía inmersa en la mejor y esplendorosa
etapa vivida hasta ese momento. La música, la música de grupos o solistas,
nacionales o extranjeros, los libros… evitaron un declive de su persona más
agudo. Sus catorce años en el centro de su diana…
Y
sucedió. Las posibilidades no eran remotas ni casuales. Su corta edad, en pleno
tránsito hacia el mundo adulto quedó machacado, pulverizado y el resto, en
compleja definición. Él posiblemente era una de las personas que mejor la
conocía, y actuó bajo ese decreto. Por eso, espectaculares turbulencias
azotaron los siguientes años de su vida, con múltiples obstáculos que salvar e
ingratas vivencias, salpicando desde su breve existencia.
…Pocas
semanas empezado El Bachiller superior una compañera de clase la invitó a ella
y a conocidos, al bautizo de un familiar. Ceremonia y refrigerio se ofrecería
en una población cercana. Unos cuarenta kilómetros distaban de la ciudad… Tras
la desgracia, el arrepentimiento e intransigentes culpas salpicaban a discreción
como el agua de una cascada. Ella, Chris, estaba indecisa hasta el último
momento y finalmente aceptó por no desagradar a nadie. Lo cierto es que aquel
sábado rondaba algo más que el acontecimiento esperado.
Nani su
amiga era la más pequeña de aquella familia, una chica “mona” y mimada. Así que
no encontró dificultad, una vez más, para ejecutar ese nuevo proyecto. Nada de
esto recordaba Chris. Vagamente y muchos años más tarde -duplicando los que
poseía en la actualidad-, como en un día de espesa niebla, le brotaban imágenes
y vivencias abrazadas a sus recuerdos.
Aún hoy sigue
retorciéndose de dolor, a veces más que entonces, puesto que el sentimiento de
culpabilidad le sigue arrollando incontroladamente como
ola que rompe en la orilla. Después de todo lo pasado,
¿culpabilidad porqué?... Porque no pudo hablar con claridad, porque no se
desató en grito su llanto interior, porque su niñez aún era más fuerte que los
acontecimientos…
Cuatro
de la tarde. El hermano mayor de Chris, Juan, sale de casa como todos los
sábados, en esta ocasión acompañado. Lleva un tiempo de flirteo con Nani.
Gregorio, el amigo inseparable de Juan, ha puesto a punto el coche donde iban a
realizar dicho trayecto. En el otro extremo de la ciudad y casi a la misma hora
dos chicas terminan de acicalarse y ultiman. Pronto pasaran a buscarlas. Los
cinco iban a iniciar un viaje que de seguro iba a resultar “inolvidable” …
…la música del
grupo musical Los Chichos amenizaba el trayecto, las risas y el ambiente
juvenil del interior de aquel automóvil. Con toda esta atmósfera
llegan a destino, Illora. Puntuales se congregaron en la plaza de la
Iglesia. En breves momentos comenzaría la ceremonia. Al término de
ésta, se ofrecería un ágape a los asistentes. Familiares y amigos se trasladan
a una pertenencia casi olvidada de los Duques de Wellington. Estos mantienen el
recinto como una hacienda más, visitándola en contadas ocasiones. El recinto se
mantenía en muy buen estado; los caseros –y a la vez familiares de Nani- se
encargan de ello y aquella era una buena ocasión para
demostrarlo. Ajetreo, devenir de gente azota ese día el caserón.
Los canapés, la cerveza y
demás viandas están continuamente viajando a esas mesas rústicamente
preparadas. No se escatima nada en tal fecha esperada. Conversaciones, bullicio
y humo embriagan la estancia. Melodías suaves, cargan el ambiente…el aire
empalaga y la intensidad etílica sube como la oscuridad, que ya venció al
día. Lo sensato en tales circunstancias hubiera sido darle una
tregua al reloj, negociar con éste una espera razonable y apelar a la cordura.
Tomarse unos cafés bien cargados, dormitar un par de horas y reanudar la marcha
un tiempo después… empezar la semana atiborrados de sueño y
cansancio, cabeceando en clase, no hubiera sido tan mal idea…Se escogió otra
opción y, a lo hecho… Tras las despedidas, de nuevo los cinco en el coche. El
dueño del vehículo se arma de valor. Pese a la visible borrachera del capitán y
con escepticismo, se dirigen al punto de salida con ilusión porque todo llegue
a su fin… En breve y a no demasiados kilómetros recorridos, sorteando las
dificultades como mejor le permiten su estado, ya no aguanta mucho más…: “Llévalo
tú compae, que tu parece estás mejor que yo” –le repetía
insistentemente a Juan.
- ” Que no; mira como estoy
tío…”- respondía con ánimo derrotado.
Los plazos se agotan y los excesos ahora mostraban su cara más
amarga. El volante de ése mil quinientos verdes sigue bajo las órdenes de su
propietario. Finalmente emprenden el camino de regreso. La conducción se hace
difícil.
-
¡Ten cuidado compae!- exhortaba con desconsuelo Juan
desde el asiento trasero. Chris, en la parte delantera acompañaba a
Gregorio. Desde ese sitio tan predilecto, y con su timidez, solo
observaba y se dejaba llevar por los acontecimientos. Recuerda tener miedo…
Recuerda sentirse centro de una diana en todo momento.
Con extrema rapidez la noche cálida se torna helada. Los presagios
dejan de serlo para iniciar el calvario de la evidencia. Los automóviles que
marchan en sentido contrario molestan en exceso la visión de Gregorio y en su
situación…
-Oh!
tío que no puedo seguir, que yo no puedo…-exclamaba con tristeza
Los
parpadeos en sus ojos son continuos. El nerviosismo reina en el interior. Un
único deseo es unánime en los corazones de los cinco; sólo ambicionan llegar al
destino cuanto antes. Con extrema rapidez, su antebrazo cubre la parte superior
del rostro. Esquiva una ráfaga de luz que ametralla con crueldad su pésima
capacidad visual. El coche inicia una maniobra forzada, esquivando la sombra de
la desgracia. Los intentos por mantener la dirección en línea recta son
inútiles… tan insuficientes como las de un borracho.
Las alarmas y los gritos de
terror quebrantan nuevamente la noche. La oscuridad se hace única dueña de
lamentaciones y llantos. El SEAT mil quinientos de aspecto robusto, voltea en
varias ocasiones. Coge prestadas las vías del tren para efectuar su última
parada. Juan salió despedido hacia el parabrisas rompiéndolo con la ayuda del
brazo y la cabeza. Chris atraviesa sin dificultad el cañón de terror. Aún tiene
el destino, o el ángel de la guarda de cada uno, o… clemencia con los restantes
pasajeros que los dejan prácticamente intactos... Ya sólo persisten nervios,
lágrimas y gritos desgarrados inundando el oscuro barranco.
¡Chris!
–claman algunos alocados, ¡Chrisssss!... ¡Chrisssss!
La
sirena y su inseparable luz giratoria devoraban el aire vociferando enloquecido
el peligro. Al puzzle le quedaba una pieza por encajar, aunque ésta nunca la
ajustaría por más que lo intentara… “¿Por qué continuó con vida? ¿Por qué no
terminó todo en aquél lugar cuándo tuvo la ocasión en sus manos?”
... Se preguntaba Chris en numerosas y turbulentas ocasiones de su existencia.
La celeridad en el traslado y el alto grado de preparación médica
resultó clave en las primeras horas, primeros días y en las primeras semanas de
su nueva vida. Durante mucho tiempo se tejieron las horas más
indeseables para unos seres humanos racionales. Todos sufrieron con la crónica.
En el instituto donde Chris estudiaba, en casa, la vecindad……
Una
llamada de teléfono a horas ya inquietantes para la familia, no puede augurar
nada bueno, y ésa no iba a significar menos. Alerta en el domicilio de los
hermanos. Algo extraño sucede. Los presentes caen rendidos. Sus
fuerzas, su calma y lucidez se abaten derrotadas ante la noticia. Aquella
tarde, ya noche, de domingo otoñal las hojas de los árboles se desprendían de
sus ramas como si salpicaran lágrimas, lágrimas de absoluta desesperación.
A
la adolescente la trasladaron directamente a Vigilancia Intensiva, su estado
remitía… ¡MUERTE! sin más. El estado etílico de todos, expresaba lo acontecido
sin articular palabra. Trataron las heridas a Juan en su antebrazo,
inmovilizándolo con un yeso y varios puntos de sutura en la ceja sangrante. El
resto de la noche se quedaría en observación. Su garganta solo
expresaría llanto y desesperación. El resto de los pasajeros pudo relatar con
más exactitud las primeras impresiones.
Todos sufrieron
con la gravísima crónica coloreada de un amenazante tono rojizo.
Los
días seguían sin demasiados cambios. La gravedad persistía y la
esperanza de vida se agotaba como el ocaso del día. El padre de ellos
casualmente, trabajaba en dicho hospital. A la vuelta de la jornada laboral, la
familia aguardaba consoladoras informaciones de otra índole a las del día anterior,
que permitiesen soñar. Pero no, la locución poca variación experimentaba:
“Continúa dentro de la gravedad” –aunque realmente quería expresar “Permanece
el riesgo de muerte”.
Él por puesto de
trabajo que desempeñaba estaba informado de todo cuanto acontecía. En los
descansos su única preocupación se centraba en visitar a la pequeña, saber si
experimentaba algún cambio. Cada detalle lo engullían sus sentidos como si se
tratara de un remolino; alguno de estos lo interpretó erróneamente…
Sus
pupilas y sus silenciosos despertares más tarde se pronunciaron, no lo pudo
disimular más tiempo. Exteriorizó aspectos adormecidos en su conciencia. La
niña adolescente resultó ser la víctima más inocente de cuanto sucedía en todos
los aspectos. El resto de su existencia brillaría como un ser desconcertado,
falseado…
El
estado de extrema gravedad iba retrocediendo lentamente; jugó un papel vital la
escasa edad de la infanta. Con irónica amargura y muy lejos de superar los
traumas vividos, más tarde ella lo admitiría… “Ya que estaba a un paso…”
El
pico del gráfico descendió hasta el indicativo “Evoluciona dentro de la
gravedad…” Todo acaecía entre sondas, monitores y pegajosos guantes de látex
que con el tiempo apartaría para siempre de su vida; jamás cubrirían sus
manos.
Envuelta
entre sedación y sedación, destellantes flashes de su inquietante estado
irrumpían en su delicada resistencia. A partir de aquí los avances eran
insignificantes, aunque constantes, alejándose el fallecimiento inmediato. Su
cuadro clínico estuvo agravado por una crisis nerviosa que no le permitía estar
relajada, el estado de excitación era bien visible. En la medida de lo posible,
aquella vida monitorizada quedó encadenada a un fuerte estado de sedación. La
traqueotomía acechaba su garganta. Tan sólo le acompañaba en esas horas con
forma de espirar, la juventud… el lecho vidriado, parecía un escaparate en
ofertas, que más de uno se acercaba a mirar libidinosamente...
De
esta forma aplazó el último juicio que jamás apeló a la cordura. La guadaña que
con paciencia velaba junto a su almohada, viajó hacia otra más convincente.
Se
sucedieron las jornadas y el cambio de escenario era ya una realidad. El
traslado a otro lugar menos especializado era inminente. Atrás quedarían los
ventanales de la desvergüenza, gomas y ensordecedores timbres luminosos. Para
el resto, la espera resultó un alivio gratificante, o muy gratificante… Para
ella, y sin tener constancia de lo que le rodeaba, otro mundo empezaría a vivir
con el peso de la adolescencia en su cuerpecito. El tiempo
de recuperación no se podía evaluar con exactitud dada la magnitud del traúma.
Se ayudó de la fisioterapia, terapia ocupacional y otras artes que para mejorar
a los enfermos en semejante situación; y logró rehabilitarse
considerablemente. No llegó, por el contrario, restituir a la misma
velocidad el traumatismo craneal. El coma al que estuvo
sometida, con la completa pérdida de memoria, sensibilidad y funciones
vegetativas, tampoco resultó de fácil tarea; ni la de sobreponerse a la
apoplejía. El progreso iba adherido al continúo rezo; hablar de cura era toda
una locura. En conjunto, otro error inexplicable de la vida…
Incredulidad
ante la llegada de este nuevo ser. Recuerda no poseer plasticidad ante lo que
le rodeaba. Deambulaba como en un lugar galáctico por los apenas cincuenta
metros cuadrados del aquél pisito, donde residía con su familia. Era como si
flotara, una nebulosa difícil de expresar. Sus piernas las sentía frágiles y el
alma decadente. Todos procuraban acomodarla y quererla y,
… Formulaba una misma pregunta varias veces, muchas, hasta provocar
a los encuestados la exasperación. Decididamente no estaba bien. Quedaba mucho
por hacer. La familia entera volcó su tiempo y sus esfuerzos hacia ella.
Los
meses caminaban por el tiempo cuesta arriba. Su semblante se asemejaba a la
marcha de un caracol. Pasada la navidad, muy cercano el mes de enero, en una
mañana gélida, Chris advierte desde su habitación, ajetreo y voces penumbras
que incesantes viajaban de un lado a otro de la casa. Aquélla
madrugada era diferente a las otras. El devenir tempranero de los familiares no
era normal ni de su agrado. Se acurrucó dentro de la cama. Sintió miedo. Las
continuas murmuraciones se comían al aire, provocando una atmósfera aterradora.
La vieja abuela falleció en medio de una feliz infelicidad. Chris sabía muchas
cosas de ella, aunque quién más, su hermana mayor. Estaba muy influenciada y no
siempre actuaba como se merecía la octogenaria. En el fondo era una ancianita
buena, como casi todas. Con sus preocupaciones estimulada por sus limitaciones,
ansiosa y exaltada a veces, por querer inculcar sus enseñanzas antagónicas a
los nuevos tiempos… Con la madurez la pequeña reconocería semejanzas con ella.
Estaba segura que el suceso de su accidente fue determinante en este adiós. En
los múltiples enojos que la senectud arroja, expresaba su utilidad ya en el
mundo. Después de lo de su nieta, pospuso la partida hasta la
llegada de buenas noticias. El miedo le volvió a traspasarle la piel ante los
acontecimientos.
Cambian
de domicilio. Pensamiento que iba tomando forma con más celeridad desde hacía
años. Aprovechan la coyuntura del abandono precipitado de casa del
hijo mayor. La vivienda se reajusta. Movimientos inesperados en poco tiempo.
Pareciera que las piezas de ajedrez tuvieran prisa por terminar la
partida. La abuela, el hermano mayor, el mediano, que toma las
riendas de la independencia… Ya quedan el matrimonio y las dos hijas, la de menos
edad Chris. Los cuatro estrenarían en breves meses nueva residencia. Los
minúsculos metros de aquel rectángulo pavimentado, se agrandaría
considerablemente, traspasando lujo y comodidades no vividas hasta el momento.
Era la otra orilla del río.
Casa
nueva, vida nueva. La reestructurada rama se va acomodando al nuevo destino…
¡odiado destino!, pensaba Chris en múltiples ocasiones.
Los
meses transcurrían normalmente, con la ilusión y el trabajo agotador que ofrece
algo de semejante índole. Gran parte del mobiliario se compró
nuevo. Habitaciones decoradas con el encanto personal de cada cual.
Ya no existían las incomodidades del espacio que la anterior casa ofrecía, ni
las disputas por el servicio, ni las subidas costosas a la última planta del viejo
edificio, hoy aún en pie. Todo era distinto, desde la existencia de dos
estupendos ascensores, hasta el modelo de vecindad. Trabajos, estudios y
quehaceres cotidianos los
embargaban. Los
primeros vestigios en el arduo caminar se empezaron a manifestar con
prontitud...
Él
esperaba, como sosegado y reposado, sentado en el sofá de dos plazas de una
pequeña sala cercana a la habitación de las niñas… Cuando abandonaban el baño,
- lo disfrutaban sólo ellas por cercanía a las alcobas donde dormían- con la
estrategia de un lince, intentaba captar alguna escena lujuriosa al
término. Otras veces, muy disimuladamente, penetraba en el interior
del cuarto de la hija mayor, aún con la puerta cerrada y sin preguntar,
fingiendo querer algo de su interior. Para su esposa nada era
extraño; nunca levantaría sospechas.
Era
casi el marido ideal y padre espléndido. Le consentía defectos ¡claro!, pero en
ningún momento se le revelaría la imaginación en algo así del Perfecto. Sabía
bien manejarla, a pesar del alto grado de inteligencia que nunca admitió de
ella, ni por supuesto le dejó mostrar. Él era el supremo, y su
hombría jamás se supeditaría a aprobar tales circunstancias o que le enseñara
lecciones magistrales: yo gran persona cultivada-tu analfabeta, yo persona
formada-tu trapo del suelo… Las hermanas callaban las injusticias, se mordían
los labios y a veces referían escrupulosamente en la intimidad los fenómenos
vividos. ¿Pero cómo demostrar al ser supremo que en sus
actuaciones existían una fragante porosidad de malas intenciones?...
En
contadas ocasiones las afectadas tratarían el tema abiertamente; ni
conspirándose en secreto. Quizás por miedo o por temor a enfrentarse a una
confusa interpretación. Algún clamor en momentos de rabia contenida, si que hubo. La
manipulación psicológica de una mente enfermiza, tejió semejante astucia, tal
delito a sus propias niñitas. Una emboscada muy bien confabulada.
La
vida transcurría con aparente normalidad. Chris se dirigía diariamente al
Instituto con la sensación de ser un árbol hueco. Luchaba entregadamente contra
las mermas que le sobrevinieron a su cuerpo sin previa interrogación. Vivir,
vivir que precio tan alto…
En
verano trabajaría en el negocio familiar, sucediéndose igualmente los
abusos. En cierta ocasión, y con un punto de galantería, para no
levantar sospecha alguna, se acercó por detrás de Chris, y con el pretexto de
ir a coger un accesorio de una vitrina cercana, colocó sus manos bajo sus
axilas con intención de apartarla delicadamente, como quién prepara una tarta y
la lleva a hornear. Al instante la adrenalina se le disparó alcanzando niveles
máximos. Notó sus dedos deslizantes atravesar la barrera del
erotismo. Experimentó fobia, fobia a lo que le rodeaba. Asco, asco a
su padre, a su suerte…, y como siempre un grillete con candado le oprimía la
garganta con una fuerza nunca conocida. Pero lo decidió. Ya no soportaba por
más tiempo la soledad. Tenía que hacer algo por ella misma, o la depresión iba
a ganarle la batalla. De todas formas, su actitud ante la vida, ante sus
padres… no podía perdurar en el tiempo. Así que rompió su rabia. Tenía que
buscar un aliado, apoyarse en alguien, y el mejor asociado, el compañero de
trabajo, su hermano mayor. Abandonó su facultad, sí; abandonó el domicilio
paterno, sí; pero las urgencias del amor le condujeron de nuevo al mismo
callejón sin salida.
Al
siguiente año del terrible suceso cuando las dificultades físicas y psíquicas
estaban latentes, la situación se vuelve contra ella, se agrava en detrimento
de su confianza. Su hermana tiene que emprender un viaje. Una competición de
Judo le espera. Por la corta edad de que dispone le acompaña su madre. Como
mínimo emplearían un par de días. ¡¡Todo el fin de semana las dos fuera de
casa!! –se lamentaba. A Chris le entristece enormemente la noticia. Llora y
sufre en silencio por ello. Su estado de ánimo empeora considerablemente, pero
todos le achacan la tristeza a causas derivadas a su proceso y al cambio de
humor experimentado. De nuevo aires cargados de miedo invaden su ente. Un eco
perseguía su mente “sola con él, sola con él… “.
Mientras
tanto, su progenitor paseaba la figura como buen padre. Entregado, sufrido y
bueno para su familia y cómo no, para su hija…
Esos
días se hicieron interminables. Tuvo que preparar comida para ambos. Compartir
escenario en zonas comunes y fingir que todo transcurría como si nada. Eso sí,
las conversaciones se tornaron exiguas, ocultando el horror; cada cual
efectuaba su vida. Ella se obligó a pasar muchas horas fuera de casa con idea
de permanecer menos tiempo en su compañía.
A
medida que las horas diurnas se apagaban, pareciera perseguirse enloquecidas,
temía que la velocidad se ralentizara durante la noche. Y la
oscuridad se dejó ver ¡qué paradoja!, dónde ir, qué hacer… de nuevo el miedo le
apresó. Preparó la cena como a él le gustaba y según instrucciones
expresas de su madre. Ella no tomó nada en esa ocasión, alegando
dolores estomacales, y por tal razón, se despidió de su padre antes de lo
normal, retirándose a su estancia. Una vez allí, imaginaba morirse,
caer desplomada y atravesar el túnel de la muerte- , el mismo que definen
algunos mortales haber sufrido en propia piel;
¡qué suerte la de ellos! –meditaba, y así no volvería a
sentir su cercanía nunca más...
Apenas si se introdujo entre las sábanas. Por cautela no se cambió
de ropa para dormir, porque entre otras cosas, no tenía ésa intención.
Imaginaba terrores dentro de ese cuadrilátero y debía permanecer en alerta.
Manejaba datos: la edad de él y la suya, la fortaleza de uno y otro, sopesaba
intereses si se descubriera algo… todo un laberinto angustioso. Apenas si logró
descansar. Optó por dejar la lamparilla encendida, aunque nada, excepto huir de
allí, le iba a despegar del miedo que le atenazaba como el frío de
enero. En cuanto se proyectó una tenue luz en el horizonte, se
levantó con total sigilo. Los ascensores del exterior comenzaban su tarea. ¡Por
fin, Gracias a Dios! –balbuceó… Creía haber concluido así su tortura.
Los
meses se agotaban caminando por la misma línea. La infanta poca
credibilidad desprendía, ya que todavía - y años después-, continuaba dando
muestras de sus deterioros involuntarios, tanto corporales como intelectuales.
Así pues, se afianzaba su teoría de… quién iba a creer su historia si
en algún momento su pecho reventara de debilidad.
Las
tribulaciones seguían sucediéndose como si de un perro encelado se
tratara. Acogiéndose a la teoría del estado de
la niña…, encubría su talante. En otra jornada coincidieron
padre e hija en el ascensor. Marcharían al comercio fotográfico. No tenía
escapatoria… El era el dueño y se dirigía a su negocio; ella estaba empleada en
el mismo lugar, y éste era su jefe. No tenía escapatoria… ¿Qué impedimento
aducir para no ir juntos…? Tragó saliva… Salieron de casa. Recorrieron
el pasillo hasta el elevador, uno paralelo a otro, como si de un escolta se
tratara. Ella paseaba un semblante triste y cabizbajo, ida y bloqueada. Deseaba
que la deglución fuera lo más rápida posible. Abrió la puerta de éste
precipitadamente, adentrándose, -imprimiendo fugacidad en sus movimientos- para
que en aquella calle sin nombre y sin salida, se produjera un milagro. Pero no
fue así. Detrás de Chris, su padre. Juntos emprenderían un viaje –como si de la
vuelta al mundo se tratara- de cuatro pisos. Colocó sus brazos expectantes a lo
largo del cuerpo, en actitud defensiva, cerrando los puños. Él quiso mantener
un breve diálogo, como para romper el hielo del momento. En mitad del trayecto,
le instaló una medio caricia sobre cara y hombros que le provocó temblor de
piernas y múltiples temores. Afortunadamente el recorrido finalizó antes de lo
esperado.
Aquel
curso, que apenas si logró palpar, finaliza con mucha pena y nada de gloria
académica. Quedan pocos meses, pero ya nada se pudo hacer. Los
profesores de Chris se reúnen con sus padres. De aquella tertulia
nada se supo con anterioridad, no hubo ni rastro de ella; ni día, ni hora… La
cuestión es que, indiscutiblemente ambas partes se encontraron. Tratarían el
tema de su incorporación al nuevo nivel, que después de vacaciones daría
comienzo. Todos conocían la realidad. Visiblemente hay una estrepitosa caída en
sus notas, al igual que un bajo rendimiento escolar. Tendría como cualquiera la
oportunidad de septiembre, pero el resto ya se podía
vislumbrar. Unánimemente se mostraban de acuerdo que no eran
suficientes los enormes esfuerzos e interés. Ella continuaba con la sensación
de imaginarse un alcornoque hueco y acolchado. Acariciaba el engaño
y lo palpaba ciegamente. Estaba al tanto de la magnitud del nivel exigido en
C.O.U. Le iba a suponer un esfuerzo sobrenatural y ahí le iría la vida… Pero
no, no quisieron cursar su matrícula. Otra vez, una llamada telefónica lo
explicaría más tarde… Así le rematarían para siempre su frágil razón de
perdurar en este mundo. Sus aspiraciones de ir a la facultad quedaron
descartadas para siempre.
Chris
cultivaba exhaustivamente el marcado respeto y una palpable distancia hacia su
padre. Trabajaba con la opinión de cuánto menos acercamiento, menos
oportunidades para las confrontaciones. No cruzaban muchas palabras. Él se
agarró a sus medicinas para intentar aliviar en lo posible sus males reumáticos
y ella se aislaba en sus cosas. Recuerda coincidir en la cocina. La
ya mujercita preparándose la cena, y él sus fármacos. Con percibir su cercanía,
una pelusilla comprometedora se le posaba en sus antebrazos. Las alarmas
estaban totalmente disparadas… Escapaba de allí y así luchaba en silencio
contra las adversidades.
El padre continúa con sus turnos en el
hospital. Combina periodos de actividad laboral con bajas por
enfermedad; sus huesos y articulaciones se suscribieron en una nueva fase
difícil de aliviar, cuanto menos, remediar.
Ella,
ya contaba casi veinte años. Después de atravesar esos ríos de amarguras,
indeseables y turbulentos, como la adolescencia misma-, conoció a un chico
que...
A
partir de aquí la vida le dibujó un paisaje diferente.
Llega una noticia. Su hermana anuncia el enlace con el
reciente profesor de magisterio y novio desde el Bachiller de ambos.
¡¡Fatalidad!!, ya serían solamente tres los ocupantes de la morada. Entre los
achaques y el declive físico producido por el abundante tratamiento - que
mejoraría cosas, lesionaría otras-, el gran jefe continuaba
dando sucesivas muestras de persona enferma … aunque su cariño
seguía escondiendo maldad. Chris había aprendido a trabajarse un escudo, una
defensa, llevando la ignorancia por bandera. Necesita ayuda y
ella lo reconoce, no puede caminar con su soledad a la espalda, porque le pesa
demasiado. Requiere atención psicológica. Busca a un profesional que le pueda
socorrer en tales momentos. Se entrevé depresiva, bueno muy depresiva, y al
borde del suicidio. Ya no puede fingir la normalidad de una adolescente
medianamente feliz; jamás se acoplaría a ningún canon. Pero lo cierto es que,
entre unas circunstancias y otras, no ansiaba permanecer así ni una décima de
segundo más. Antes se daría una oportunidad, aprovechando la marea
baja, que fue amainando en el tiempo. No ocurrió lo mismo con los deterioros de
su alma…
Hoy,
la Chris mamá, continúa con pesadillas que no se dejan dominar; ni puede dormir
sin una ráfaga de luz manifiesta, y en las noches sofocantes de verano, alguna
prenda le cubre disimuladamente el cuerpo perturbado por el miedo.
El
padre tiene que intervenirse quirúrgicamente, es irreversible la opción. En ése
verano se celebran mundiales de fútbol. El Centro Hospitalario está
próximo a casa. La aorta a su paso por la cavidad abdominal está dilatada, y le
puede estallar sin encontrar ninguna oposición. La operación tiene sus riesgos,
él los conocía, pero prefirió ocultarlos. Se mostraba de acuerdo que las
posibilidades de salir de aquélla eran diminutas, no apostaba nada. Su actitud
fue galante, como siempre. Escondió, como manera de proceder, el que suponía
ser el último adiós. Chris, el referido sábado de ingreso
hospitalario, pintaba un balcón. El reloj marcaba las seis de la
tarde. Los esposos, muy desposados, se dirigen al ascensor, el que
devolviera el ritmo cardíaco la noche fatal. Él efectúa una última parada en el
umbral de la puerta, la que fuera la última, y su consorte continuó sola…
Algunos días más tarde, en el lecho de muerte del Perfecto, cada
cual, al verse retratado con él, lo disfrazaría según la trayectoria
constatada. Unas veces la foto resultaría totalmente blanco y negro, otras en
color y en otras, personajes o situaciones totalmente aberrantes. Chris
repasaba los gestos de despedida del que fuera último hogar… “en el umbral de
la puerta, giró la cadera y proyectando una mirada generosa a su alrededor,
acompañándose por un lento recorrido de sus manos sobre el frontal de su camisa
-de hombros hasta la terminación con la parrilla costal- pronunció
con la mirada, el irrevocable para siempre adiós. “
En
aquel instante el parecido con su madre resultaba embarazoso diferenciar…
estaba allí con su hijo… Y la mamá Chris, a veces se sumerge en un delirio de
angustia. Llora por cada segundo mal respirado, lo querido, lo
odiado o sufrido.
La
intervención como tal, resultó exitosa, no tanto la evolución. Pasó
directamente a UCI –“Ha sido un poco complicado y lo hemos llevado allí para
que esté tranquilo, informó el cirujano”. Las cuarenta y ocho
horas posteriores resultarían cruciales. Fuera, los ánimos y la
entereza entraban ya a formar parte del pasado. En una patología
agresiva como era, con factores totalmente hostiles, y un interior muy azotado
y deteriorado, las complicaciones se recostarían a los pies de su cama. Se atrevería
incluso a realizar grandes progresos, que más tarde evolucionarían a la
superación. Eso le condujo a pactar con el respirador artificial, provocando
que sus agotados pulmones trabajaran progresivamente, necesitándolo sólo en
algunas horas del día. Y también, como entonces, la sombra de la
traqueotomía estaba muy presente. Dentro de la gravedad los partes se mostraban
con tono esperanzador. No obstante, y con la dureza que caracteriza a los
facultativos, avisaban:” …conllevaría una recuperación costosa y lenta, y
pueden quedar importantes lesiones físicas”. Los familiares ya pensaban en las
reformas en casa, adaptación en uno de los servicios… la silla de
ruedas era más que probable.
Desde esta especialidad médica, notifican el traslado
inminente a planta. Celebran la buena nueva, rebosando de júbilo.
Estamos
ya en Septiembre; día veinte y uno, viernes. Presagios otoñales; durante el
día, temperatura agradable. Apesadumbrada se mostraría la noche. Dos de la
madrugada. Suena el teléfono a horas impertinentes. Inevitablemente el
subconsciente de Chris se dispara al igual que los latidos de su corazón. Se
encontraba sola aquélla noche. Su madre hacía la primera guardia con el recién
trasladado. Una voz varonil desconocida, habla…:
-
¡Perdone!, llamamos del hospital. Un
momento, se pone su madre…
-
¡Chris, Chris, mira, que papá está
peor. Ven lo antes posible¡
Escalofríos
continuos abordan su cuerpo. Sólo le estorbaba la confusión para manejar a la
lucidez. Apresuradamente se cambia de ropa y abandona la casa sin ocultar una
visible alteración. Marcha a la cochera. Con torpeza y nerviosismo
sale al exterior. Una lluvia fina y persistente cubre la carrocería roja en
escaso tiempo. Llamada a la calma y a la prudencia en tales circunstancias.
…y
su padre yacía sobre la cama gris, desconectado de aparatos. Le aplicaban
infructuosas descargas eléctricas sobre su acabado corazón.
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