domingo, 15 de octubre de 2017

  

  QUIZÁS LO INTUÍA…


y recuerdo volver a atravesar el largo patio del Colegio no exenta de escepticismo y recelo, después del anterior encuentro con la única persona allí presente.  Días extremadamente fatigosos; agotamiento y cansancio en esas jornadas de trabajo.  Una señora bajita con aires presuntuosos, me ofreció la información necesaria que necesitaba para culminar mi fin. Utilicé con probada intención mi pie derecho, en primer lugar, al introducirme en las distintas estancias, hasta llegar a las dependencias de la Directora que casualmente ya tuve el gusto de conocer. Reconocía el camino, así que me dirigí en un único itinerario, sin titubeos, al igual que el tema a tratar. Unas mariposillas inquietas me acompañaron durante todo el trayecto, violentando mi interior.  Era consciente, sin lugar a dudas, de los desacuerdos con ésta en la primera entrevista, y también que la pondría en jaque nada más verme, restándome credibilidad. Tendría que ingeniar alguna argucia para favorecer mi imagen y de nuevo renovaría la petición, pese estar medio pactado con el “Supremo”. Por aquel entonces, mi marido no cesaba de castigarme por no tomar una decisión definitiva, a tiempo sobrado y de su pleno agrado ¡claro! sobre esta cuestión. De ahí la ambición que me impuse. Significaba una gran victoria agotar todas las vías posibles para lograr ubicar a mi hijo en el Centro. Matricularlo en el curso correspondiente a su edad –se trataba de enseñanza no obligatoria-, o por el contrario continuar su formación en la guardería un tiempo más, era la gran disputa entre ambos. Y marché al lugar idóneo, sólo que, con poco margen de tiempo. El vencimiento expiraba a finales de mes y unos días festivos locales volvieron a sentarme en el banquillo, no dejándome formalizar la inscripción el primer día hábil correspondiente…” Pues no, llega usted fuera de plazo –me expresó la cabeza visible con voz sobria y experimentada… éso ya depende Delegación… Los días restantes sucumbían al mismo paso que la eficacia ante mi cónyuge. El ingenio, por contra, me colocó la zancadilla y fui a caer a las mismas faldas de la Representación. Ciertamente esperaba un trato distinto de ésta señora, que no adoptó sutileza alguna en todo su argumento, al rechazar tajantemente mi petición. Esto provocó agotar la última posibilidad, antes que mi desesperación alcanzara niveles máximos. ¡Y tuve suerte!, la verbosidad que como un huracán deseaba exprimir de mis pensamientos, dio sus frutos. Hubo entendimiento colateral – sin necesidad de expresar en exceso mi situación límite- entre aquél señor delgado y chepudo, con tintes de preocupación… “No se preocupe – habló decididamente, daré notificación personal al Centro”. Y marché feliz por la victoria. No sólo por conseguir ubicar a mi peque en esas sublimes paredes, sino también por… por no volver a escuchar el repiqueteo inquisidor de mí marido…

                        Repaso con claridad algunas escenas mágicas de aquellos primeros días de acercamiento y coqueteo entre los destacados mini alumnos y profesora… Atareadísima. Entregada y volcada en tales horas tan decisivas. Mimando cada segundo. De ahí más tarde se extraerían los frutos… “Buenos días. Voy a estar con vuestros hijos los próximos años…”- nos dijo aquella profesora alta, con gran dinamismo y reposo asociados… Las pautas de trabajo serán…

            Un tiempo de felicidad afianzaría los fatales inicios, esculpiendo los tropezones, dotándolos de una elasticidad que el tiempo me permitiría moldear.  Después del calvario atravesado, esta educadora, de voz cálida y modales prudentes, supondría un reencuentro con la clandestina suerte. Mi ingenuidad y escasa experiencia, provocó que los malos momentos lo hiciese trasnochar, olvidándome de éstos por unas buenas horas. Algunos lunes de tutoría, me apoyaba inocentemente en ella. Medicinaba mis pulmones como si estuviera en un bosque de eucalipto. Esto provocaba deslizarme con otro talante durante la semana recién estrenada. 

            Años más tarde, concurrirían circunstancias parecidas con mi segundo hijo; mis pies nuevamente caminarían sobre ese mágico recinto. Entre unas cosas y otras, navegar desolada ante unas tumultuosas aguas – a veces salpicaban con dureza mi rostro- sería la nota imperiosa durante muchos años. Pareciera que la fiera suspirante al acecho de su presa, emprendiera un protocolo sin final. …y yo sin tener espíritu de lucha, lucha…

            Contraje matrimonio sin conocer realmente la profundidad de la hondonada, forma, tamaño… Mi ingenuidad, y quizá mi excesiva indulgencia ante lo que me rodeaba, hizo imaginarme saltar la valla de los desalientos como la ovejita que me bala en los dulces sueños. Pero en realidad, no era el ternerito lo que me acompañaba, sino una gran estampida de jabalíes buscando agua en las calurosas noches de verano. Pocas escenas de las fantaseadas se hicieron realidad desde entonces.   
                       Impensable que mi familia creciera a tal escala y que los agregados proliferaran como hongos… impensable que me vería involucrada en entredichos y embrollos propios de telenovelas sudamericanas. Involuntariamente me encontré perdida en el laberinto de una nueva vida.  Como el despertar de una inquieta siesta, el pluriempleo selló mis días; madre, ama de casa y secretaria–limpiadora colmaban las horas del día. Un recién estrenado embarazo me acompañaba muy de cerca. ¡¡Estupenda aquélla idea la de pertenecer miembro de su plantilla!!...  casi me cuesta sumergirme en otra gran depresión… si no llega a ser por el engendrado…  Y cuando una medicina, a veces de efectos tardos, llamada tiempo entró en escena, me permitió ver más allá de la realidad. Pero lo más importante, entendí y descifré otros procedimientos –incógnitos ¡claro! -  acerca de mi consorte... ¡todo un melodrama!
           
            Mi nueva situación también incluía ir un día a la semana de visita a casa de la familia de mi esposo. Allí se forjaron las historias menos creíbles y menos demostrables que te puedan referir… Por todo ello, tuve la enorme fortuna de aliarme con una virtud un poco distante hasta el momento, la paciencia. Tan bueno marchó, que casi diez años más tarde, ¡aún la practico! y no cesa de darme satisfacciones…


            Ignoraba quién maquinaba y envenenaba mis fines de semana hasta hacerlos aborrecer, pero, de nuevo colisioné con mi semblante, y cara a cara con la prudencia.  Mi dedo avizor no podía señalar a nadie. Dudaba como una veleta al viento incierto… Nadie, excepto los que se encargaban de la tramoya y yo, estábamos al tanto; mi compañero, inocente, cayó una vez más en la emboscada, y yo, en la oscuridad del silencio… La gran incógnita, de difícil recurso, se centraba en saber explicarle lo que venía ocurriendo desde mucho tiempo atrás. Ya barajaba que mis argumentos le iban a sonar a música fúnebre y los iba a rechazar rápidamente. Desde siempre estuvo fuertemente coaligado a ellos. La insólita en ese núcleo familiar era yo... eternamente me sentía como cuerpo extraño en sus organismos, que cuanto antes había que rechazar. Tenía perdida la partida antes de empezar, y mi relación con él iba a zozobrar como cáscara de nuez en el mar, y no estaba dispuesta a ello.
            Esta aventura se asemejaba a la de pretender escalar un iceberg en pleno invierno polar.  Así que guardé en secreto lo de los biberones, que en el día de visita aprovisionaba junto al resto de bártulos del pequeño y como arte de magia desaparecían. En el tiempo de permanencia, afortunadamente sólo era una toma la que correspondía. Opté calcular cuándo ofrecer la siguiente, siendo ya a la vuelta, en casa. Así que la correspondiente la preparaba antes de abandonar el domicilio, minimizando en lo posible los enseres que acarrear y los sobresaltos posteriores… Allí enjuagaba lo utilizado sin mucho formulismo; recogía y guardaba bien todo en una pequeña mochilita azul y roja.  Más tarde le dedicaría mayor esmero… Al salir de aquella jaula dominical, con solo sentir el golpe del viento fresco en la cara, ya estaba algo más liberada de la mordaza en la que se había convertido mi vida. Todos en el coche. De regreso, comenzaban a embargarme de ilusiones, almacenando palabras y articulándolas únicamente en momentos precisos... Y cuando no alcanzábamos más de un kilómetro recorrido sonaba el teléfono móvil de mi marido. La táctica se convirtió habitual…

-         ¡Hijo!, -anunciaba su madre en tono de extrañeza y preocupación…-¡mira, que os habéis dejado el biberón aquí… ¡

¿Quién sabe?... Todo era posible…Estaba segura de haberlo guardado, pero…
La estrategia se fue repitiendo casi cada domingo, a la salida, después de no recorridos más de mil metros… Melodía familiar del celular…

-         ¡…y os habéis olvidado el platito de…  - informaba en otra ocasión -
Inicialmente, todo pudiera haber tomado cuerpo y forma lógica… Con las prisas…  pese tenerlo todo bien guardado…   una distracción… Esta malicia se fue repitiendo con una frecuencia inusual y sin que ninguno de los presentes levantara una mínima sospecha... nada, nada. Yo ya estaba empezando a cansarme del jueguecito, suspiraba profundamente y me lamentaba de la situación.  En la intimidad, a veces buscaba refugio en la mía, porque mi coraje permanecía secuestrado y la garganta seca, debido a la incansable mudez.
       Mi valor ante estas agresiones se había esfumado con mi alegría, y la confianza con mi pareja quedaba más lejana…
¡Es una travesura genial! –pensaría quién estuviera detrás de todo. La gran diferencia es que aquella morada de fin de semana, donde únicamente existían preguntas y ninguna respuesta, sólo la habitaban personas adultas, y la presencia a infante únicamente la desprendía mi hijo de muy poco tiempo de edad. Era algo más que una chiquillada. Y probaron también con pañales…, con el vaso del zumo…, y a no más de mil metros recorridos…la musiquita del teléfono quebraba la recién estrenada serenidad.  Y yo siempre destacaba como una madre despistada y olvidadiza. Lo peor de todo - quizás por cobardía-  fue, que nunca perturbé la tranquilidad de mi pareja, que llevaba en sus espaldas todo un historial familiar desde la infancia. Tanto lo quise proteger, que mi decencia se quedó al descubierto, confiando en una pronta solución, sin necesidad de llevar el contexto más allá… Descuidé, por apatía principalmente, mi actitud y talante. Quién fuera estaba venciendo con mucho acierto y con mucha agudeza. Mi situación se asemejaba al estanque, inmóvil pero sigiloso. Así mes tras mes, en la antesala de una oportunidad…
            Uno de esos días… Una de esas tardes con tintes complicados se avecinaba. Aunque el festival se difundía habitual y la tónica de rutina… Acomodados en el salón, frente a la puerta abierta de par en par, finalmente pude enhebrar todas las pesquisas que minuciosamente había atesorado…
Sus dos hermanos abandonan la estancia que compartíamos. Deambularon por el resto de la casa unos instantes. Coincidieron de nuevo un escaso tiempo, pero esta vez en el pequeño recibidor. Entrecruzaron un breve diálogo. Las palabras sobraban. Lo verdaderamente importante se centraba en que la maniobra volviera a ensuciar lo que restaba de visita y que la nueva artimaña arrojara sus frutos. Abrieron la puerta de salida, ocupando el rellano del exterior, junto a las escaleras comunes del edificio. Ella permaneció unos segundos más donde inicialmente quedaron citados. Y por fortuna, mi arrinconada suerte despertó de su letargo, encargándose de demostrar al acoso que estuve sometida…
Recorrió los pocos más de tres metros que la separaban de su cuarto hasta desembocar allí. En el trayecto portaba oculto entre sus ropas el abriguito de mi pequeño, que anteriormente colgué en el perchero. Como un ladrón sin escuela, con la cabeza y mirada perdidas, se adentró en sus dependencias. Regresó a los pocos minutos, - lo suficiente para situar la prenda en algún lugar inocentemente visible-. Fuera, su cómplice perfectamente identificado, le aguardaba. Yo no malgastaba mis sentidos en otros detalles que no fueran los de semejante espectáculo. Y por el contrario a lo que pareciera, sí daba crédito a lo que estaba sucediendo. Con estos datos, le ofrecería a mi marido todo un informe, demostrable -como a él siempre lo ha querido- de los hechos. No comuniqué de inmediato ningún pormenor de lo acaecido en la habitación contigua. Todavía no. Preferí callar y continuar con aquel cine mudo.
             Llegó la visita a su conclusión… Me adelanté al perchero en busca de las ropitas. Constaté que faltaba una. Así que, con todos los datos recogidos y con la lección repasada, avancé hasta el centro del pasillo. Enfrente a la puerta que me cubriría de liberación, transparente como el color de la sinceridad.
Con voz templada, empapada en aires de grandeza le dije…” Di a tu hermana que traiga de dentro –señalando a sus dependencias- el abrigo del niño…”. Él sin manifestar ninguna indicación, sin mediar palabra, acompañando su rostro con infinitas interrogaciones, se dirigió firmemente hacia ella… “¡Dame la chaqueta de Jose Fco!!”.  Sin más dilaciones, marchó dónde la pusiera, entregándosela a su vuelta… No hubo más por parte de nosotros dos, tan sólo un regusto agridulce rondando mis labios abrumados… ¡hasta cuándo!...

            La montaña rusa de la vida continuó con su dibujo más o menos accidentado, donde las sonrisas y las lágrimas fluctuaban paralelamente. Por deseo personal fui en busca de otro hijo, aunque el trayecto no resultara un camino fácil. No cejé en mi propuesta. Los argumentos no residían en mi persona, sino eran unas convicciones previstas para mi hijito. Yo ya conocía la maternidad y el dolor, las sinrazones y eventualidades. Pese a todo decidí que era el momento, antes de que otras circunstancias amañaran mi voluntad. La petición se la efectué a mi pareja en varias ocasiones. No hablaba mi boca, sino mi corazón. Mi amor propio, que en contadas ocasiones he verificado su existencia- quedó convencido, conforme, después de desear implantar en tantas ocasiones la demanda. El cariño de una madre hacia un retoño se instala desde el momento del engendro, y mi obsesión ahora se centraba en asignarle compañía, un refuerzo emocional previsto para el día que… Mi marido, por el contrario, simpatizaba con un talante diferente, pero esa tenacidad que empleé, se culminó con la gloria.
            Las situaciones hostiles y desconocidas se agolparon a mi alrededor como muchedumbre al estreno de una película. Nunca piensas que vas a ser la seleccionada, pero el destino sin preguntar, se apodera de tu mano como  si te apresaran los rápidos embravecidos de un río.  Y yo desde siempre viajando subida en una nube, ignorando la realidad de la faz de la Tierra… A partir de este momento, asumí el rebuscar otras verdades que el corazón oculta o enmascara…pero sin espíritu de lucha, lucha.

            Mi segunda descendencia es firme.  Sin esperarlo, retomé el imprevisto de años atrás… 
Acabado el tiempo de gloria en su Escuela, comenzaría a peregrinar en busca de otro buen colegio para la nueva etapa que se avecinaba. Ni resultó tarea fácil, ni las opciones figuraban en ningún manual informativo. Acordé su matrícula en uno cercano de casa. Resultados funestos provocaron un nuevo replanteamiento de escolarización… No podía permitir que los esfuerzos y la dedicación recibida en su Cole de Infantil quedaran disueltos cual comprimidos efervescentes en medio líquido. Consideraba mi ente timado con la propaganda que me ofrecían, estaba disfrazado, no tenía ningún parecido al oro… ni que yo fuera una de aquéllas, ¡menuda humillación…! Y antes de Navidad, después de unos ciclos transcurridos, nuevamente me aproximé al órgano competente. El recorrido lo diseñé a espaldas de mi consorte en espera de una clemente segunda parte. Así pretendía demostrarle, en caso de obtener buenos resultados, aspectos importantes de mi desheredada persona y conseguir ejecutar las tareas correspondientes, sin presiones añadidas.

            Mientras tanto, el pequeño ya no lo era tanto, y concluye su etapa de guardería. Yo tenía muy claro dónde continuaría después… pero, a veces no se consigue, por más que intentes modificar la realidad. Y para hacer honra a mi especie y prorrogar la dudosa valía de algunas personas, pensé que podría olvidar lo acontecido e intentarlo de nuevo en el Cole de primaria, donde su hermano…
Sinceramente, no todo fallaba en aquel recinto dónde años antes J.Fran con su presencia ayudara  a ponerlo en marcha el día de la inauguración… ” la chiquillada inundando pasillos y patios, gente de a pie que contribuía con su presencia a llenar la curiosidad de  éstos… marionetas, pinturillas y personajes sobre zancos hacían de ésa mañana sencilla, un día para recordar. Aquella escuela, que en nada se parecía a la primitiva, la reemplazaba su amplitud, la tecnología, dotación de material… perfectas paredes albinas así lo susurraban…  las resbaladizas baldosas a la suela del zapato, el acceso a la planta de arriba…” , pero a mí me faltaba mi Ermita…                                          
            En poco tiempo, se me terminó de derrumbar los frágiles cimientos de ése proyecto tímidamente hilvanado, exento de materiales sólidos y convencimiento incierto. Una idea fugaz colapsó mis pensamientos, ¡huir! .  El profesorado no era el de mi locura, la directiva y yo, extremos opuestos, y sus pilares estorbaban porque restaban la visión al entorno… La Seño Elvira, en general, buena docente, voluntariosa y contemporánea contribuyó a licuar el mal trago, a que la bocanada de ése fuerte licor tuviese efectos más sedantes.  Pretendí volver atrás y empezar desde el principio, aunque esa mañana casi invernal, estaba custodiaba por la espera…  los destrozos de mi interior los recogía muy despacito, sin provocar ruido, y esta vez sin lágrimas en los ojos.
            No lo recapacité más tiempo. Debía ir. Tenía que intentarlo.  Cargué mis pulmones de aire y suspiré un largo tiempo, meditando y coordinando los movimientos…
             Allí perseveraba, sólido e intacto a primera vista, igual que lo dejé. Mis bolsillos portaban mucha inquietud y desorden. Nuevamente conducía mis esperanzas a ése primer patio, escondido de los peligros del mundo exterior, donde la inocencia se concentraba como fruta en un tarro de mermelada. Presentía la adrenalina disparada, casi incontrolable. El bullicio del recreo en el de los más pequeños afianzaba y robustecían sus tapias. Entonces recobré mi paz interior, percibiendo cómo la tensión se esfumaba por la punta de los dedos de mis manos. Con algo de incertidumbre atravesé la puerta acristalada. Avancé en busca de las escaleras que me llevarían al piso de arriba. Respiraba con tal ímpetu, como si se tratara de la primera vez. Y por arte de magia, salió a mi encuentro la Seño de mi primer hijo. Sin saber por qué al verla empecé a desinflarme, sabiendo que la posibilidad de encontrarme con ella iba a resultar factible. Mi corazón se disparó anacrónicamente; controlar emociones con personas incluidas en alguna faceta de mi vida es un verdadero caos.  No sabía cómo empezar… otra vez yo allí. Me acerqué ¡claro!, y muy escuetamente le solté el motivo de mi presencia. Mi voz era tenue, sombra de la tristeza que desprendía.  Al concluir la breve exposición, con su mirada fija en mí, respondió pausadamente…:”¡Sube y habla con Piedad…!”  ¿Cómo?, ¿ha dicho Piedad? –pensé ¿Piedad?... No recuerdo expresar nada más,
¡bueno! le di las gracias. Era feliz. Me encontré con la Seño, y la directora actual ya no era la misma… ¡Piedad, ha dicho Piedad!...
            La preferencia de aquella visita esfumó en segundos. Todas las incomodidades desaparecieron en un santiamén. Y simultáneamente con cada peldaño que dejaba atrás meditaba, Piedad ha dicho Piedad… Allí dentro del despacho se encontraba… De pie, envuelta en papeles, ejecutando su trabajo. Al golpeo de la puerta anunciando mi presencia, fijó su mirada en quién irrumpía en la habitación.  Me reconoció al instante. No hicieron falta demasiadas prerrogativas para suscitar una conversación relajada y afable…¡bien me hacía falta!. Tan sólo y en con idea de romper el hielo, antepuse la sugerencia de la Seño de Jose Fco. y la propuesta de intercambiar impresiones.
             Con un gesto de su mano me invitó a tomar asiento. Dos sillas rodeaban su flamante escritorio. Tratamos el tema desde el inicio, sin tapujos, sin adornar en exceso mi capricho. No aducía ser únicamente un antojo, alegaba perseguir una mejor formación. La directiva allí existente, desplegaba principios y disciplinas lejanas de este Centro…  Reconocía mi estrepitoso error. Aquél no era mi sitio. Debía intentarlo…
            Sin dilaciones, palabras concisas me condujeron a una realidad innegable. Me entregó datos del número de alumnos, aulas, masificación… rebuscó vocablos para que tal exclusión conservara el sentido lógico… acomodó su dicción ofreciendo lo mejor de su persona para no herir la mía. No manejaba muchas reseñas de ella, pero su diálogo desprendía una seguridad que me atraía. No obstante, su conclusión provocó que me sumergiera en un pésimo escenario, el cual tragué   como cucharada de quina. Por último, terminó con el esplendor de banderillear la faena invitándome para el siguiente curso, donde las posibilidades residirían en la otra cara de la moneda.
            Abandoné la estancia exhalando un aire secuestrado, que mantuve sobrecogido en mi pecho desde hacía ya bastantes horas. En realidad, me marchaba muy feliz, pese a no tener el traslado inminente. Los datos consignados eran más que suficientes para prolongar metódicamente la espera.  Y una vez más, anduve reflexionando sobre ese rechazo con el mundo que convivo.  Encontré alivio a mis escoceduras en tal encuentro. Como hierro candente en agua, me rendí ante sus palabras y su condición de persona. Asumió con enorme gentileza el compromiso de comunicarse conmigo para ofrecerme nuevos datos si los hubiere, y lo cumplió.  En mis alucinaciones, siempre me imaginaba embarcada en una canoa por la misma orilla del río Mississippi, con desniveles y rápidos, hasta que pude vislumbrar la existencia del otro margen, más parejo y exento de turbulencias…
            Los meses transcurrían con la misma tónica discordante. Al mal funcionamiento del Centro, se le agregó un nuevo profesional que hacía más inquieta y reafirmante la espera, el Orientador. ¡Bendito sea, cuándo concluirá esta fábula! Nuevo tropezón… Era concluyente e inequívoca la opinión conformada…
Último trimestre. Concluye el curso. Un polémico artículo en la publicación de una revista interna, confeccionada enteramente por integrantes del Ampa, enturbian aún más las relaciones con la alta esfera. Nunca formó parte de mí, actuar ofensivamente con ningún mortal de la Tierra, y aún menos a través de algún medio que no fuera el coloquio, aunque lo importante para algunos lo fundamentara en buscarle los tres pies al gato, y si se empeñan…
            Lo pragmático de la recta final, lo que realmente conservé, fue la despedida entregada, parca de vocablos, y sincera, de su educadora… quedé plenamente abrumada.
            Ya formalicé la documentación necesaria para que mi hijo formara parte de las filas del E.E.I. LA ERMITA, así pues, mi interior desprendía serenidad, la cual celebré con unas salidas en bici. No sólo por dejar entre renglones las sucesivas tribulaciones y despotismos concentrados en pequeñas entregas, sino por alcanzar la meta laureada. Justo el día que solicité la renuncia de la plaza y con objeto de que el traslado se pudiera hacer efectivo, me dirigí con cautela a la secretaria. Indudablemente me esperaba:    “…sí ya sé que no sigues con nosotros  – me respondió con un regusto ácido encubriendo las palabras- … han solicitado el expediente del otro Centro…”. Y prosiguió, despachando con su jerga vulgar e impropia del cargo que representaba   “…me quitaste a uno y ahora me quitas al otro…”. Yo, no tenía nada que expresar.  Paralelamente, mis labios huraños y exentos de voz mascullaban, no sólo cometí el error con el primero, sino que lo renuevo con el segundo…
            …quizás lo intuía. Un nombre rondaba mi imaginación, una profesora tentaba mis invenciones, pero no acariciaba el capricho… La desilusión me había apresado y aunque me supe liberar de gran parte de su veneno, aún quedaban fantasías encadenadas. No obstante, admitía soberanamente, estar cortejada por un recelo para acabar de una detonación con las fantasías. El dudoso comportamiento de mi pequeño con su ya antigua docente de infantil, significaba un superávit a tener en cuenta. Vacilaba y me entristecía por su futura heredera…
             Visité nuevamente a la Directora. No cambió nada en ella. Mismo talante, mismas formas, pensamientos invariables… ¡eso me deleitaba!...
            La Seño Ana por fin, era la candidata ideal ante semejante cábala. No poseía muchas referencias. Pero ya desde las primeras veces allí, atesoraba un pensamiento íntimo y secreto, el cual refloté para mi propia satisfacción: ”La Seño Ana… la Seño Ana posee tras de sí una estela atrayente como un imán… su imagen atrapa como las ondas expansivas que desprende un proyectil…” ¡y  eso me deleitaba!...
                        Comencé la escalada por un terreno que, aunque resultaba conocido, asustaba. La subida no llegó a ser gravosa, ya que la ruta trazada reposaba en el interior de una sábana de satén. El trazado era el descrito, siendo la fluidez la nota dominante. Pese a la suavidad del descenso, a veces, le tendría que robar al aire parte de su frescura para poder continuar respirando. ¡Cuánto calor humano en sus manos, cuánta ternura en su mirada, cuánto corazón en su corazón…¡“…y ¡ay!, aunque a veces  me canso, es esto lo que me gusta…”  - exclamaba con la razón ensortijándole los dedos… merodeando mis sentidos …
            …y la dosis de ráfagas de luz que sus ojos desprendían, son las mismas que me ayudaban a reforzar la semilla que depositamos en nuestra anterior etapa.  Ella continúa ofreciendo su buen magisterio, y yo, sigo a mi maestra de la única forma que sé.
             Con el paso de los días, lo importante es tratar de seducir una magia especial para conquistar las curvitas de su corazón, con objeto de bajar la temperatura a mis neuronas humeantes... queriendo dar lo que un día no di, rompiendo un llanto apretado… como si el mismísimo Papa de Roma descansara sus dedos ungidos en una espiritualidad mística sobre mi cabeza… Después de cada jornada al recogerle a mi hijito bajo su educación y custodia, es de expresa resolución rozar su halo, apreciar su sonrisa y ofrecerle mi gratitud y adiós por esas horas dedicadas, y enriquecidas de vida. Me cuesta obviar. Si no es así, es como si para algunos el primer plato en un almuerzo no fuera de cuchara, se oye misa y no se comulga o… En eso se me pierden los días, los que se van y no vuelven.
     
            Las vacaciones de verano ya están aquí. Cuento los días que faltan para la llegada del próximo curso. ¡A buen seguro que no todos pensaran lo mismo! Un tiempo antes, ya me apretaba la garganta la llegada de junio. Y no solo me arrolló ese mes, también lo hizo el calor, la enfermedad y otra enfermedad de dudoso alivio, las malas vivencias, la soledad... Incierto infierno este paraíso de soledad…
             Me despido de la Seño Ana. Mis extremidades apuntan en otra dirección con forme avanzaban en su trayecto, pero desemboqué sin indulgencia al mismo pozo sin salida. Envuelta en una nostalgia confusa, me pareció entenderle algo así como pasar a mi pequeño de curso por tener superados los objetivos de ése nivel, o algo semejante… No presté demasiada atención a sus palabras. Presumía que la corriente me arrastraba aún con más fuerza hacia el mismo lugar. Cómo despojar a mi hijo de su Seño, de sus amiguitos y de lo mucho que le quedaba aprender … no podía ser juez de ese dictamen, su sitio estaba allí.
En este breve tiempo un conocido recelo, experimentado otras veces, me recorrió el cuerpo longitudinalmente.  Aunque su velocidad se asemejaba a la propagación del rayo, no obstante, la escueta petición entumeció todos los músculos de mi frágil persona. Incontroladamente mi corazón lo sentía disparado…¡no, no, su Seño…!.
            Apuro más los meses. Mi espíritu se siente debilitado. Se oscurece el cielo. Su tonalidad gris persiste, y aunque me invita a la relajación, sufro hasta poder canalizar el lado más sombrío. Este extremo se presenta con excesiva masa opaca.   A veces intento prolongar los minutos, trazar una línea más corta entre la realidad y yo, pero continúo mendigando y sigo topándome con esta soledad que intento aliviar.

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